INTERCAMBIO EPISTOLAR
entre Agustín de Iturbide  y Vicente Guerrero en 1821.


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En un artículo publicado en 2007 por el historiador Dr. Jaime del Arenal Fenochio, nos narra la gran emoción que vivió al descubrir un breve documento inédito en el poblado de Teloloapan, Guerrero, que fue dirigido por Agustín de Iturbide a Vicente Guerrero, desde el 26 de noviembre de 1820.
Este documento modifica la creencia de que la primera misiva dirigida por Iturbide a Guerrero habría sido con fecha del 10 de enero de 1821, misma que se reproduce más abajo.
Iturbide había aceptado la comandancia del ejército del sur el día 16 de noviembre de 1820, por lo cual el documento encontrado por el Dr. Arenal Fenochio habría sido enviado a Guerrero apenas 10 días después de haber tomado el cargo y en respuesta a otro mensaje enviado previamente por Guerrero.
El texto del breve mensaje se reproduce enseguida:
 

Teloloapan Noviembre 26 de 1820

Sr. Gral. D. Vicente Guerrero,
Exmo. Sr.
Recibí la atenta nota de usted de fecha 22 del presente mes y por ella veo que no está usted dispuesto a deponer las armas y sí a continuar la campaña que inició el cura Hidalgo.
Ojalá que pasando otros días, uno ú otro quede convencido de la justa causa que nos conduce a batirnos en los campos de batalla.
A vuelta de correo sabré lo que Vd. piensa sobre el particular.
Dios gue. a Vd. ms. as.
Agustín de Yturbide.
 

Otro de los temas que trata el Dr. Arenal Fenochio, es el que se refiere al archivo epistolar de Don Vicente Guerrero que se encuentra en México en muy buenas condiciones y se denomina "General Guerrero Correspondencia",  mismo que constaba originalmente de 12 tomos, pero actualmente solo existen 11 de ellos en México. Por desgracia el tomo faltante es el primero. que corresponde a 1821.

Lo que me resultó de especial interés fue saber que el intercambio epistolar entre Iturbide y Guerrero fue muy intenso y de acuerdo al archivo referido, existen 295 cartas y otros documentos originales, casi todos inéditos,  que fueron dirigidos por Don Agustín de Iturbide para Don Vicente Guerrero.
Esto demostraría el especial cuidado de Iturbide para mantener debidamente informado a Guerrero de todos y cada uno de los movimientos que realizaba y que definitivamente nos hacen ver su amplia capacidad de organización.
Es evidente que toda su campaña de difusión y de unificación tuvo una excelente planeación y meticuloso cuidado de los detalles. Todo esto sorprende, con mayor razón si consideramos que en aquellos días escribir una carta requería de mucho cuidado y tiempo invertido y que además los medios de comunicación eran bastante rudimentarios.

A continuación se transcriben los textos de las dos cartas que son las más conocidas y al final dos mensajes de Agustín de Iturbide  que sirvieron para culminar el encuentro final en Acatempan.

 
CARTA DE AGUSTIN DE ITURBIDE DEL 10 DE ENERO DE 1821, ENVIADA DESDE CUAULOTITLAN Y DIRIGIDA A VICENTE GUERRERO.

Muy señor mió:
Las noticias que ya tenia del buen carácter é intenciones de Vd., y que me ha confirmado D. Juan Davis Bradburn, y últimamente el teniente coronel D. Francisco Antonio Berdejo, me estimulan á tomar la pluma en favor de Vd. mismo, y del bien de la patria.

Sin andar con preámbulos que no son del caso, hablaré con la franqueza que es inseparable de mi carácter ingenuo. Soy interesado como el que mas en el bien de esta Nueva España, país en que como Vd. sabe he nacido, y debo procurar por todos medios su felicidad.

Vd. está en el caso de contribuir á ella de un modo muy particular, y es cesando las hostilidades, y sujetándose con las tropas de su cargo á las órdenes del gobierno; en el concepto de que yo dejaré á Vd. el mando de su fuerza, y aun le proporcionaré algunos auxilios para la subsistencia de ella.

Esta medida es en consideración á que habiendo ya marchado nuestros 'representantes al congreso do la Península, poseídos de las ideas mas grandes de patriotismo y de liberalidad, manifestarán con energía todo cuanto nos es conveniente; entre otras cosas, el que todos los hijos del país sin distinción alguna la, entren en el goce de ciudadanos, y tal vez que; venga á México, ya que no puede ser nuestro soberano el Sr. D. Fernando VII, su augusto hermano el Sr. D. Carlos, ó D. Francisco de Piula; pero cuando esto no sea, persuádase Vd. que nada omitirán de cuanto sea conducente á la mas completa felicidad de nuestra patria. Mas si contra lo que es de esperarse no se nos hiciese justicia, yo seré el primero, en contribuir con mi espada, con mi fortuna y con cuanto pueda, á defender nuestros derechos: y lo juro á Vd. y á la faz de todo el mundo, bajo la palabra de honor en que puede Vd. fiar, porque nunca la he quebrantado ni la quebrantaré jamás.

Dije mies que no espero que se falte á la justicia en el congreso, porque en España reinan hoy las ideas liberales que conceden á los hombres todos sus derechos; y se asegura en cartas muy recientes, que Fernando VII el Grande, no ha querido que en las cortes se decidan reformas de religiones y otros puntos de esta importancia, hasta tanto no lleguen nuestros representantes, lo que manifiesta con claridad que estos países le merecen á S. M. el debido aprecio. Ya sabrá vd. también como por los mismos principios han sido puestos en libertad los principales caudillos del partido de Vd. que se hallaban presos, D. Ignacio Rayón, D. José Sixto Berduzco, D. Nicolás Bravo & si Vd. quisiese enviar algún sujeto que merezca su confianza para que hable conmigo y se imponga á fondo de muchas cosas de las noticias que podré darle, y de mi modo de pensar, puede vd. dirigirle por Chilpancingo, que si no hubiese llegado yo allí me espere, que no será mucho tiempo lo que tenga que aguardar: y para que lo verifique libremente y pase mas adelante hasta encontrarme si gusta, le acompaño el pasaporte adjunto; bien entendido de que aunque sea D. Nicolás Catalán, D. Francisco Hernández, D. José Figueroa, D. Ignacio Pita, ó cualquiera otro individuo de los mas allegados á vd., volverá libre á unirse aun cuando no le acomoden las proposiciones mías.

Supongo que Vd. no inferirá de ninguna manera que esta carta es por otros principios, ni tiene otro móvil que el que le he manifestado; porque las pequeñas ventajas que Vd. ha logrado, de que ya tengo noticia, no pueden poner en inquietud mi espíritu, principalmente cuando tengo tropa sobrada de que disponer, y que si quisiese me vendría más de la capital; sirviendo á Vd. de prueba de esta verdad, el que una sección ha marchado ya por Tlacotepec, al mando del teniente coronel D. Francisco Antonio Berdejo, y yo con otra iré por el camino de Teloloapan dejando todos los puntos fortificados con sobrada fuerza, y dos secciones sobre D. Pedro Alquisira.

El teniente coronel Berdejo va á tomar el mando que tenia el Sr. Moya, y le he prevenido que si Vd. entra en contestaciones, suspenda toda operación contra las tropas de Vd. el tiempo necesario hasta saber su resolución: todo lo que le servirá de gobierno.

Si Vd. oye con imparcialidad mis razones, seguro de que no soy capaz de faltar en lo mas mínimo, porque esto sería contra mi honor que es la prenda que mas estimo, no dudo que entrará en el partido que le propongo, pues tiene talento sobrado para persuadirse de la solidez de estos convencimientos.

El Sr. Dios de los ejércitos me conceda este placer; y vd. entretanto disponga de mi buena voluntad, seguro de que le complacerá en cuanto sea compatible con su deber, su atento servidor que le estima y S. M. E.—Agustín de Iturbide.—Sr. D. Vicente Guerrero.

 

CARTA DE VICENTE GUERRERO A ITURBIDE DONDE ACEPTA LLEGAR A UN ACUERDO PARA PONER FIN A LA GUERRA DE INDEPENDENCIA [1821]

Sr. D. Agustín de Iturbide.
Muy señor mío:
Hasta esta fecha llegó a mis manos la atenta carta de usted de 10 del corriente, y como en ella me insinúa que el bien de la patria y el mío le han estimulado a ponérmela, manifestaré los sentimientos que me animan a sostener mi partido. Como por la referida carta descubrí en usted algunas ideas de liberalidad, voy a explicar las mías con franqueza, ya que las circunstancias van proporcionando la ilustración de los hombres y desterrando aquellos tiempos de terror y barbarismo en que fueron envueltos los mejores hijos de este desgraciado pueblo. Comencemos por demostrar sucintamente los principios de la revolución, los incidentes que hicieron más justa la guerra, y obligaron a declarar la Independencia.

Todo el mundo sabe que los americanos, cansados de promesas ilusorias, agraviados hasta el extremo, y violentados por último, de los diferentes Gobiernos de España que levantados entre el tumulto uno de otro, sólo pensaron en mantenernos sumergidos en la más vergonzosa esclavitud, y privarnos de las acciones que usaron los de la Península para sistemar su gobierno durante la esclavitud del Rey levantaron el grito de libertad bajo el nombre de Fernando VII, para sustraerse sólo de la opresión de los mandarines. Se acercaron nuestros principales caudillos a la capital para reclamar sus derechos ante el virrey Venegas, y el resultado fue la guerra. Esta nos la hicieron formidable desde sus principios, y las represas nos precisaron a seguir la crueldad de los españoles. Cuando llegó a maestra noticia la reunión de las Cortes de España, creímos que calmarían nuestras desgracias en cuanto se nos hiciera justicia.

¡Pero qué vanas fueron nuestras esperanzas! ¡Cuán dolorosos desengaños nos hicieron sentir efectos muy contrarios a los que nos prometíamos ¿Pero cuándo y en qué tiempo? Cuando agonizaba España, cuando oprimida hasta el extremo por un enemigo poderoso, es, taba próxima a perderse para siempre, cuando más necesitaba de nuestros auxilios para su regeneración, entonces... entonces descubren todo el daño y oprobio con que siempre alimentan a los americanos; entonces declaran su desmesurado orgullo y tiranía; entonces reprochan con ultraje las humildes y justas representaciones de nuestros Diputados; entonces se burlan de nosotros y echan el resto a su iniquidad; no se nos concede la igualdad de representación, ni se quiere dejar de reconocernos con la infame nota de colonos, aún después de haber declarado a las Américas parte integral de la monarquía. Horroriza una conducta corno ésta tan contraria al derecho natural, divino y de gentes. ¿Y qué remedio? Igual debe ser a tanto mal. Perdimos la esperanza del último re- curso que nos quedaba, y estrechados entre la ignominia y la muerte, preferimos ésta y gritarnos: Independencia y dio eterno a aquella gente dura. Lo declaramos en nuestros periódicos a la faz del mundo; y aunque desgraciados y que no han correspondido los efectos a los deseos, nos anima una noble resignación y hemos protestado ante las aras del Dios vivo ofrecer en sacrificio nuestra existencia, o triunfar y dar vida a nuestros hermanos. En este número está usted comprendido. ¿Y acaso ignora algo de cuanto llevo expuesto? ¿Cree usted que los que en aquel tiempo en que se trataba de su libertad y decretaron nuestra esclavitud, nos serán benéficos ahora que la han conseguido y están desembarazados de la guerra? Pues no hay motivo para persuadirse que ellos son tan humanos. Multitud de recientes pruebas tiene usted a la vista; y aunque el transcurso de los tiempos le haya hecha olvidar la afrentosa vida de nuestros mayores, no podrá ser insensible a los acontecimientos de estas últimos días.

Sabe usted que el Rey identifica nuestra causa con la de la Península, porque los estragos de la guerra, en ambos hemisferios, le dieron a entender la voluntad general del pueblo; pero véase cómo están compensados los caudillos de ésta y la infamia con que se pretende reducir a los de aquella. Dígase, ¿qué causa puede justificar el desprecio con que se miran los reclamos de los americanos sobre innumerables puntos de gobierno, y en particular sobre la falta de representación en las Cortes? ¿Qué beneficio le resulta al pueblo cuando para ser ciudadano se requieren tantas circunstancias, que no pueden tener la mayor parte de los americanos? Por último, es muy dilatada esta materia, y yo podría asentar multitud de hechos que no dejarían lugar a duda; pero no quiero ser tan molesto, porque usted se halla bien penetrado de estas verdades, y advertido de que cuando todas las naciones del universo están independientes entre sí, gobernadas por los hijos de cada una, sólo América depende afrentosamente de España, siendo tan digna de ocupar el mejor lugar en el teatro universal. La dignidad del hombre es muy grande, pero ni ésta ni cuanto pertenece a los americanos, han sabido respetar los españoles. ¿Y cuál es el honor que nos queda, dejándonos ultrajar tan escandalosamente? Me avergüenzo al contemplar sobre este punto y declinaré eternamente contra mis mayores y contemporáneos que sufran tan ominoso yugo.

He aquí demostrado, brevemente, cuanto puede justificar nuestra causa, y lo que llenará de oprobio a nuestros opresores. Concluyamos con que usted equivocadamente ha sido nuestro enemigo, y que no ha perdonado medios para asegurar nuestra esclavitud; pero si entra en conferencia consigo mismo, conocerá que siendo americano, ha obrado mal, que su deber le exige lo contrario, que su honor le encamina a empresas más dignas de su reputación militar, que la patria espera de usted mejor acogida, que su estado le ha puesto en las manos fuerzas capaces de salvarla y que si nada de esto sucediera, Dios y los hombres castigarían su indolencia. Estos a quien usted reputa por enemigos, están distantes de serio, pues que se sacrifican gustosos por solicitar el bien de usted mismo; y si alguna vez manchan sus espadas en la sangre de sus hermanos, mas la ignorancia de éstos, la culpa de nuestros antepasados, y la más refinada perfidia de los hombres, nos han hecho padecer males que no debiéramos, si en nuestra educación varonil nos hubiesen inspirado el carácter nacional. Usted y todo hombre sensato, lejos de irritarse con mi rústico discurso, se gloriarían de mi resistencia y sin faltar a la racionalidad, a la sensibilidad de la justicia, no podrían redargüir a la solidez de mis argumentos, supuesto que no tienen otros principios que la salvación de la patria, por quien usted se manifiesta interesado. Si inflama a usted, ¿qué pues, hace retardar el pronunciarse por la más justa de las causas? Sepa usted distinguir y no confunda. defienda sus verdaderos derechos y esto le labrará la corona más grande; entienda usted: yo no soy el que quiero dictar leyes ni pretendo ser tirano de mis semejantes; decídase usted por los, verdaderos intereses de la Nación, y entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes y conocerá un hombre desprendido de la ambición e intereses, que sólo aspira a sustraerse de la opresión y no a elevarse sobre la ruina de sus compatriotas.

Esta es mi decisión y para ello cuento con una regular fuerza disciplinada y valiente, que a su vista huyen despavoridos cuantos tratan de sojuzgarla; con la opinión general de los pueblos que están decididos a sacudir el yugo o morir, y con el testimonio de mi propia conciencia, que nada teme, cuando por delante se le presenta la justicia en su favor.

Compare usted que nada me sería más degradante como el confesarme delincuente y admitir el perdón que ofrece el Gobierno contra quien he de ser contrario hasta el último aliento de mi vida; mas no me desdeñaré de ser subalterno de usted en los términos que digo; asegurándole que no soy menos generoso y que con el mayor Placer entregaría en sus manos el bastón con que la Nación me ha condecorado.

Convencido, pues, de estas terribles verdades, ocúpese usted en beneficio del país donde ha nacido, y no espere el resultado de los Diputados que marcharon a la Península; porque ni ellos han de alcanzar la gracia que pretenden, ni nosotros tenemos necesidad de pedir por favor lo que se nos debe de justicia, por cuyo medio veremos prosperar este fértil suelo y nos eximiremos de los gravámenes que nos causa el enlace con España.

Si en ésta, como usted me dice, reinan las ideas más liberales que conceden a los hombres todos sus derechos, nada le cuesta, en ese caso, el dejarnos a nosotros el uso libre de todos los que nos pertenecen, así corno nos lo usurparon el dilatado tiempo de tres siglos. Si, generosa- mente nos deja emancipar, entonces diremos que es un Gobierno benigno y liberal; pero si como espero, sucede lo contrario, tenemos valor para conseguirlo con la espada en la mano, "Soy de sentir que lo expuesto es bastante para que usted conozca mi resolución y la justicia en que me fundo, sin necesidad de mandar sujeto a discurrir sobre propuestas ningunas, porque nuestra única divisa es libertad, independencia o muerte.

Si este sistema fuese aceptado por usted confirmaremos nuestras relaciones; me explayaré algo más, combinaremos planes y protegeré de cuantos modos sea posible sus empresas; pero si no se separa del constitucional de España, no volveré a recibir contestación suya, ni verá más letra mía. Le anticipo esta noticia para que no insista ni me note después de impolítico, porque ni me ha de convencer nunca a que abrace el partido del Rey, sea el que fuere, ni me amedrentan los millares de soldados con quienes estoy acostumbrado a batirme. Obre usted corno le parezca, que la suerte decidirá, y me será más glorioso morir en la campaña, que rendir la cerviz al tirano.

Nada es más compatible con su deber que el salvar la patria, ni tiene otra obligación más forzosa. No es usted de inferior condición que Quiroga ni me persuado que dejará de imitarle osando comprender como éI lo aconseja. Concluyo con asegurarle que la Nación está para hacer una expulsión general, que pronto se experimentarán sus efectos y que me será sensible perezcan en ellos, los hombres que como usted, deben ser sus mejores brazos.

He satisfecho el contenido de la carta de usted, porque así lo exige mi crianza; y le repito que todo lo que no sea concerniente a la total independencia, lo demás lo disputaremos en el campo de batalla.

Si alguna feliz mudanza me diera el gusto que deseo, nadie me competirá la preferencia de ser su más fiel amigo y servidor, como lo protesta su atento que su mano besa.
Vicente Guerrero.
Rincón de Santo Domingo, a 20 de enero de 1821.
 

 

CARTA DE AGUSTIN DE ITURBIDE DEL 4 DE FEBRERO DE 1821, ENVIADA DESDE TEPECUACUILCO Y DIRIGIDA A VICENTE GUERRERO.

Estimado amigo:
No dudo darle á Vd. este título, porque la firmeza y el valer son las cualidades primeras que constituyen el carácter del hombre de bien. y me lisongeo de darle á Vd. en breve un abrazo que confirme mi espresion. Este deseo que es vehemente, me hace sentir que no haya llegado hasta hoy á mis manos la apreciabilísima de Vd. de 20 del próximo pasado; y para evitar estas morosidades como necesarias en la gran distancia, y adelantar el bien con la rapidez que debe ser, envío á Vd. al portador, para que le dé por mí las ideas que seria muy largo de esplicar con la pluma; y en este lugar solo aseguraré á Vd. que dirigiéndonos Vd. y yo á un mismo fin, nos resta únicamente acordar por un plan bien sistemado, los medios que nos deben conducir indubitablemente y por el camino mas corto. Cuando hablemos Vd. y yo se asegurará de mis verdaderos sentimientos.
Para facilitar nuestra comunicación me dirigiré luego á Chilpancingo, donde no dudo que Vd. se servirá acercarse, y que mas haremos sin duda en media hora de conferencia, que en muchas cartas.
 

 

ULTIMA CARTA DE AGUSTIN DE ITURBIDE PREVIA AL ENCUENTRO DE ACATEMPAN.
Amigo querido:
Aunque estoy seguro (decía el señor Iturbide al señor Guerrero) de que vd. no dudará un momento de la firmeza de mi palabra, porque nunca di motivo para ello, pero el portador de ésta D. Antonio Mier y Villagomez la garantizará á satisfacción de Vd., por si hubiese quien intente infundirle la menor desconfianza.
Al haber recibido antes la citada de vd., y á haber estado en comunicación, se habría evitado el sensibilísimo encuentro que Vd. tuvo con el teniente coronel D. Francisco Antonio Berdejo el 27 de diciembre, porque la pérdida de una y otra parte lo ha sido como Vd. escribe á otro intento á dicho gefe, pérdida para nuestro país. Dios permita que haya sido la última.
Si Vd. ha recibido otra carta que con fecha de 16 le dirigí desde Cunacanotepec, acompañándole otra de un americano de México cuyo testimonio no debe serle sospechoso (1), no debe dudar que ninguno en la Nueva España es mas interesado en la felicidad de ella, ni la desea con mas ardor, que su muy afecto amigo que ansia comprobar con obras esta verdad, y S. M.
Agustín de Iturbide.—Sr. D. Vicente Guerrero.

[1] El licenciado D. Carlos Maria Bustamante

Fuente:
Cuadro Histórico de la Revolución de la América Mexicana, Parte Tercera de la Tercera Época, Tomo V, México 1827, escrito por Don Carlos María de Bustamante.


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Última revisión: domingo, 21 febrero 2021.